El hambre es un crimen que aniquila el prodigio de la vida. Debe ser detenido. Si o si. Porque en nuestro país no faltan riquezas, ni alimentos, ni platos, ni madres, ni médicos, ni maestros, faltan en cambio la voluntad política, la imaginación institucional, la comprensión cultural y las ganas de construir una sociedad de semejantes, para decir trabajo, para cantar infancia, para besar familia.
Sin una infancia sana, amasada y entera es impensable una Argentina mejor. Porque un país que mutila a sus niños es un país que se condena a sí mismo.
El 7 de mayo cientos de niños y educadores comienzan en Puerto Iguazú -Misiones- una marcha que recorrerá 4600 kilómetros para amanecer pueblos “labrados como la tierra”. Para llegar a Plaza de Mayo el viernes 18, buscando ese latido de cristal que abriga nuestra gente, para terminar con una sociedad -que en la mayoría de los casos- no da hijos sino hambre, que no da futuro sino Paco.
Encontrarnos para que no se nos caigan niños “acabaditos de nacer”, para imaginar el amor o cucharitas que revuelvan la taza caliente de la mañana. Sí, juntarnos para diseñar la nueva utopía “airosos como las alas”.
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