12 diciembre 2006

“Los consensos pueden ser revolucionarios”

Brad Mehldau – Músico de jazz


Si ha existido algún elemento característico de la construcción de nuestro partido político, éste ha sido el consenso. A tal punto asumimos este rasgo como un valor que creemos que el consenso no se trata del mero logro de “pactos”, “acuerdos” o “concertaciones”, sino que en él encontramos un principio rector de la actividad política coherente con nuestra apuesta por una revalorización de la democracia en dirección a una mayor inclusión social.
Frente al cinismo de una “política sin principios” y al sectarismo de un “principismo sin política”, la orientación hacia el consenso como forma de construcción política no constituye un rasgo menor, dado el carácter confrontativo que caracteriza al sistema político nacional. De hecho, puede que esta orientación al consenso tal vez constituya nuestro aporte a la transformación de la cultura política nacional – en particular, de aquella vinculada a las organizaciones de centro-izquierda - y a una posible redefinición del sistema de partidos en una dirección positiva.
En este marco, la construcción a partir de los consensos logrados y el consenso como horizonte de “lo político”- en definitiva: el consenso como “valor”, como “proceso” y como “resultado”- lleva a preguntarnos acerca de los modos en que podemos interpelar a la sociedad en las actuales circunstancias, lo cual conlleva reconocer –pero también intentar atemperar- las ansiedades y expectativas con que algunos se acercan a nuestro partido frente al deterioro general de los “progresismos”. Del mismo modo, debemos reconocer las adversidades que entraña intervenir en un sistema caracterizado por –además de la confrontación- la naturaleza “irrupcional” de la construcción de candidaturas electorales y sus posicionamientos en un intento de capitalizar el enervamiento del “humor social” resultante de las postergaciones sociales, el deterioro institucional, y las consiguientes frustraciones personales.
En oposición a los dispositivos electorales “atrapatodo” que intentan cooptar demandas en principio antagónicas, sin horizontes valorativos ni ideas respecto de los problemas estructurales, resulta de vital importancia para nuestra construcción rescatar tanto la convicción como las ganas puestas por aquellos que hoy asumen un compromiso militante: En ese sentido, “las ganas” se contraponen tanto a los “cálculos de intereses” (que pueden caracterizar a quienes intentan acercarse a la política con la actitud del “profesional”, o en busca de alguna contraprestación) como a la concepción de la militancia basada en el “sacrificio” y “abnegación” (tal como se la puede encontrar –en una curiosa coincidencia- entre los círculos religioso-misionales y en las organizaciones de izquierda).
Precisamente, los consensos logrados, las convicciones sostenidas y las ganas persistentes nos hace responsables por el crecimiento de esta experiencia, pero también nos sitúan frente a la necesidad de tener una clara conciencia de las condiciones en las cuales estamos actuando: No se trata sólo de atender a nuestras limitaciones, sino también de captar las oportunidades que la coyuntura hoy nos presenta.
Entonces ¿Cuál es y en qué consiste para nosotros esa oportunidad política?
Ante todo, nuestra oportunidad radica en que la construcción fundada en consensos entraña interpelar a la sociedad de un modo radicalmente distinto, intentando involucrar a todos sus posibles implicados. Para ello, resulta necesario entender al TIEMPO como una cuestión clave y como un recurso vital para este tipo de construcción. En efecto, una construcción distinta requiere necesariamente un tiempo de construcción distinto, y dicho tiempo de construcción requiere necesariamente un trabajo político autónomo respecto de los calendarios electorales. En ese sentido, las diferencias con respecto a otras modalidades de construcción resultan evidentes: los "pactos" y las candidaturas montadas sobre la coyuntura sólo puedan apostar por la "vía rápida" para el acceso a la visibilidad política y los puestos de conducción estatal, so pena de perder vigencia o desmembrarse por la puja de los intereses que intervinieron en su construcción. En contraposición, la conformación de una fuerza política basada en los consensos -una vez más, como horizonte, como proceso y como resultado- logrará hacerse cargo de la gestión de la "cosa pública" en tanto correlato de una expresión social mucho más amplia y cimentada, y no por el mero "golpe de mano" o el usufructo del fracaso de sus competidores.
En la medida en que las ofertas electoralistas no pueden hacer jugar el tiempo a su favor, resulta crucial no incurrir en posiciones que les permitan subordinarnos a su propia lógica. Esto no quiere decir un rechazo total a los mecanismos de representación existentes, pero sí una profunda reserva hacia ellos, para que nuestras voluntades de cambio no queden capturadas en su actual modo de funcionamiento. En definitiva, asumiendo nuestras responsabilidades, somos nosotros quienes debemos elegir nuestro propio tiempo para abordar la intervención electoral. Dicho momento será el resultado de nuestros esfuerzos e intervenciones efectivas en los distintos ámbitos sociales y el resultado de la elaboración de las propuestas, ideas y programas para que la exposición de representantes en un escenario electoral suponga ya la existencia de mecanismos plenamente democrático que funden dicha exposición. Dicho de otro modo: Si "uno es lo que construye", es decir, si uno no ha sido democrático, transparente y solidario en el proceso de formación y elección de los representantes, difícilmente éstos puedan serlo en su desempeño como representantes y su posterior relación con los representados.
Por ello, es necesario asumir los pasos que hoy debemos dar. En primer lugar, la construcción de un partido capaz de transformar la cultura política a partir de su propia experiencia como instancia de participación democrática. Resultante de esta construcción, y dadas las características del sistema político nacional, , el mejor escenario para movilizar políticamente los consensos sociales obtenidos y las interpelaciones involucradas es el de las elecciones legislativas, donde el partido podrá asumir una nueva etapa en su construcción, ampliar su base social de interpelación, y preparar una base de sustentación en la sociedad que resulta imprescindible para un posterior "salto" hacia las instancias ejecutivas, habiendo ya generado las condiciones para encarar las reformas estructurales necesarias. En ese sentido, la labor parlamentaria permite introducir temas y problemas en la discusión pública que, junto con las otras instancias del trabajo político, generan iniciativas y acontecimientos políticos capaces de vehiculizar y articular demandas hacia las instancias del ejecutivo y las élites gobernantes.
La idea de que las elecciones legislativas constituyen la instancia adecuada para visibilizar lo ya construido y apostar al crecimiento no significa necesariamente una renuncia a intervenir en la coyuntura más inmediata, sino todo lo contrario. En esta construcción, la elección no es una instancia donde “medir fuerzas”, “incentivar la militancia” o “posicionarse políticamente”, sino el espacio donde traducir y ampliar aquello que hayamos sido capaces de haber transmitido antes en nuestro trabajo cotidiano en distintos ámbitos sociales. En ese sentido, la generación de hechos políticos se traducirá también en la consolidación de la experiencia de los militantes, dando lugar al surgimiento de una multiplicidad de nuevos referentes.
En vista de lo expuesto anteriormente, y frente al próximo escenario electoral, bien podemos decir que “el tiempo es nuestra política”. Como hemos dicho, una construcción basada en y orientada por la obtención de consenso implica una ruptura con las modalidades preexistentes, y hacer de esa ruptura una herramienta de cambio estructural es algo que lleva tiempo. Del mismo modo, frente a las “demandas de posicionamiento” traccionadas por la naturaleza “plebicitaria” de la contienda electoral, podemos no sólo señalar las limitaciones de quienes no puedan ver chances de construcción político más allá de dicho escenario, sino también ubicar claramente nuestra posición en él. Frente a la idea de que una gestión de gobierno o un estilo personal estructure todo en una elección, para nosotros, no se trata de estar ni “adentro”, ni “enfrente”, sino –en la línea de apostar a las propias formas de construcción- de “estar donde queremos estar”. ¿Cómo definir entonces esa posición? En principio, la respuesta es: construyendo consenso, democracia e igualdad. Construyendo lo nuevo, apostando al por-venir.

Daniel Ravettino
Encuentro por la Democracia y la Equidad

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